Te despertaste 6 en punto de la mañana. Cuando viste la hora supiste que a 300 km había alguien que estaba preparándose para ir a tu encuentro. 6.30 no pudiste resistir la tentación de enviarle un mensaje, visto y considerando que no te ibas a poder dormir hasta haberlo hecho. Querías que supiera que estabas ahí.
No veías la hora de estar otra vez frente a frente para decirle en persona todo lo que sentías, lo que significaba para vos. Estiraste al límite su paciencia e hiciste que se esforzara al máximo. Pero al final obtuvo su recompensa cuando, dejando a un lado el pánico, reconociste que estabas total, profunda y locamente enamorada.
Horas más tarde buscaste su figura en cada ventanilla. El reflejo del sol en los vidrios te impidió ver algo. Cuando se abrió la puerta identificaste inmediatamente su cabello oscuro. Un cosquilleo comenzó en tu estómago y se propagó por el resto del cuerpo. ¡Por fin!
Se puso la mochila, bajó las escaleras y fue directo hacia vos. Se fundieron en un abrazo y se dieron un beso en la mejilla. Lo que anhelaban era otra cosa. Un "Te amo" que no llegó a destino se perdió entre la gente.
Se abrazaron y así partieron hacia la parada del colectivo. Una vez en el, las manos se unieron y sólo se soltaron para descender. Llegaron a tu casa. Saludaron. Subieron a tu habitación para dejar su mochila y volver a partir.
La puerta se cerró a sus espaldas. Se encontraron a mitad de camino y se fundieron en un abrazo apretado y un beso interminable. Se apartaron apenas para mirarse a los ojos. El "Te amo" ahora sí llegó a destino. "Era hora que me lo dijeras en persona".
Los labios volvieron a unirse. Las manos recorrieron los cuerpos, los apretaron. Paso a paso te fue llevando contra el ropero y apoyó todo su cuerpo contra el tuyo sin dejar de besarte. Minutos después vos guiaste el suyo contra la puerta. Agarraste sus glúteos y apretaste su pelvis contra la tuya. Las bocas seguían sin darse respiro. "Mejor nos vamos".
El cielo sin nubes; el sol radiante; la brisa fresca que movía sin cesar las hojas de los árboles y los pájaros, que musicalizaron la escena; fueron testigos de sus mimos. Se miraron. Se besaron. Rieron. Discutieron amistosamente. Se abrazaron. Jugaron ajedrez. Te volvió a ganar. Dos juegos. Te quejaste. Te consoló.
Regresaron a tu casa de la mano. Tomaron chocolatada con lemon pie. Subieron a tu habitación. Tu cama soportó el peso de dos cuerpos. Más suspiros, besos y caricias. Los Te amo se mezclaron con los Te extrañé, con los Me gustás mucho y con los Te quiero.
Cenaron fuera. Volvieron mirando el cielo estrellado. El reloj volvió a convertirse en su enemigo. Mañana a esa hora estarían cada uno en su casa a 300 km de distancia. El pesar se respiraba. Su mirada triste te dolía. Te sentiste impotente.
Otra vez en tu habitación la oscuridad arropó a los cuerpos que se reconocieron y se volvieron uno. Más besos, caricias y abrazos invadieron el cuarto. Mucho más tarde, pasaste tu brazo por su cintura y apretaste su cuerpo contra el tuyo. Así durmieron.
A la mañana siguiente hicieron tiempo en un parque cercano a la estación. Apoyaste tu cabeza en su estómago mientras te acariciaba el pelo. Te quedaste dormida unos minutos. Mientras, sus ojos besaron cada milímetro de tu cara.
Como en una imagen repetida pero a la inversa se encontraron despidiéndose en otra estación. Se abrazaron con fuerza. Se dijeron "Te amo". Esperaste a ver su figura a través de la ventanilla y te despediste.
Llegaste a tu casa. Subiste a tu cuarto. Cuando abriste la puerta su perfume te pegó en plena cara. En pleno corazón. ¿Quién diría? Parece que después de todo, el amor sí que tiene que ver con esto.