Cuando ibas a la primaria te hicieron hacer varias veces el experimento de la germinación del poroto. Debías observarlo todos los días y anotar los cambios que se producían en él. La idea era que vieras el crecimiento de la planta.
¿Y con los seres humanos qué? Es imposible poner a un ser humano dentro de un frasco con papel secante para ver cómo crece. Pero vos recordás tres momentos puntuales que te indicaron precisamente el cambio. La primera vez fue con tu hermano, la segunda con tu hermana y la tercera con tu mamá.
Estaban sentados mirando algo en la tele, de repente, lo miraste y te sorprendiste. Ya no estabas mirando a un nene, ese extraño conocido sentado frente a vos era un hombre o por lo menos, estaba en vías de convertirse en uno.
El cambio te fascinó. Recordaste que en la escuela te reías de tus compañeros cuando les cambiaba las vos, pero nunca te diste cuenta del cambio físico. Con él sí. Te pasabas horas observándolo disimuladamente, examinando la transformación. El rostro de cachetes rosados había desaparecido dejando paso a uno anguloso, masculino.
Cada día descubrías algo nuevo. Las manos que hasta hace días atrás eran chiquitas y regordetas, ahora eran delgadas, largas, huesudas, las manos de un hombre. No podías evitar mirarlo con secreta fascinación. Las piernas gorditas y lampiñas dieron paso a unas largas, fuertes y peludas piernas masculinas. Nunca entendiste porqué tales cambios te cautivaron de esa forma.
Completamente distinto fue lo que experimentaste el día que notaste que tu hermanita ya no era una nena. Eso fue un shock. Estabas, otra vez, mirando televisión cuando tu madre y hermana te pidieron opinión sobre algo. Si no recordás mal, se estaba probando ropa interior y quería que dieras tu parecer.
Cuando te aprestás a dar tu opinión, notás aturdida que se alcanzan a ver unos bellos de mujer, no de nena, de-mu-jer. No puede ser. Alzás la vista y horrorizada te das cuenta que...¡¡tu hermanita tiene tetas!! Pero, ¿cuándo pasó esto? ¿Acaso no fue anoche cuando te pidió llorando que la dejes dormir con vos porque tenía miedo? ¿No fue ayer que lloraba si alguien que no fuera vos o tu madre intentaba alzarla?
Te da la impresión de haber estado en animación suspendida por unos cuantos años y al salir, te encontrás con una mujer que dice ser tu hermana. Una hermanita que poco a poco fue perdiendo los rasgos y el cuerpo de nena, sin que lo notaras. Volvés a pasar horas mirándola, pero en esta ocasión, lo que sentís se acerca más al dolor.
Hace unos años ibas en el auto con tus padres, estabas sentada detrás del asiento de copiloto en el que va tu madre. Como siempre, estabas mirando sin ver por la ventanilla, perdida en tu propio mundo, soñando despierta. De repente, centrás la vista en el espejo retrovisor y advertís que en él se refleja parte de la nariz, la mejilla y la boca de ella.
Un rayo se abrió paso por el cielo soleado y te dio en el medio de la frente. Descubrís unas finas líneas surcando su boca, también notás unas arruguitas y una cierta flacidez en la mejilla. Recibís un puñetazo en la boca del estómago al darte cuenta que tu mamá envejeció.
En ese preciso instante, tomás conciencia de su mortalidad, te das cuenta con angustia que se está haciendo grande, que no la vas a tener para siempre, y tenés que hacer un gran esfuerzo para no se te escapen unas cuantas lágrimas.
¿Y con los seres humanos qué? Es imposible poner a un ser humano dentro de un frasco con papel secante para ver cómo crece. Pero vos recordás tres momentos puntuales que te indicaron precisamente el cambio. La primera vez fue con tu hermano, la segunda con tu hermana y la tercera con tu mamá.
Estaban sentados mirando algo en la tele, de repente, lo miraste y te sorprendiste. Ya no estabas mirando a un nene, ese extraño conocido sentado frente a vos era un hombre o por lo menos, estaba en vías de convertirse en uno.
El cambio te fascinó. Recordaste que en la escuela te reías de tus compañeros cuando les cambiaba las vos, pero nunca te diste cuenta del cambio físico. Con él sí. Te pasabas horas observándolo disimuladamente, examinando la transformación. El rostro de cachetes rosados había desaparecido dejando paso a uno anguloso, masculino.
Cada día descubrías algo nuevo. Las manos que hasta hace días atrás eran chiquitas y regordetas, ahora eran delgadas, largas, huesudas, las manos de un hombre. No podías evitar mirarlo con secreta fascinación. Las piernas gorditas y lampiñas dieron paso a unas largas, fuertes y peludas piernas masculinas. Nunca entendiste porqué tales cambios te cautivaron de esa forma.
Completamente distinto fue lo que experimentaste el día que notaste que tu hermanita ya no era una nena. Eso fue un shock. Estabas, otra vez, mirando televisión cuando tu madre y hermana te pidieron opinión sobre algo. Si no recordás mal, se estaba probando ropa interior y quería que dieras tu parecer.
Cuando te aprestás a dar tu opinión, notás aturdida que se alcanzan a ver unos bellos de mujer, no de nena, de-mu-jer. No puede ser. Alzás la vista y horrorizada te das cuenta que...¡¡tu hermanita tiene tetas!! Pero, ¿cuándo pasó esto? ¿Acaso no fue anoche cuando te pidió llorando que la dejes dormir con vos porque tenía miedo? ¿No fue ayer que lloraba si alguien que no fuera vos o tu madre intentaba alzarla?
Te da la impresión de haber estado en animación suspendida por unos cuantos años y al salir, te encontrás con una mujer que dice ser tu hermana. Una hermanita que poco a poco fue perdiendo los rasgos y el cuerpo de nena, sin que lo notaras. Volvés a pasar horas mirándola, pero en esta ocasión, lo que sentís se acerca más al dolor.
Hace unos años ibas en el auto con tus padres, estabas sentada detrás del asiento de copiloto en el que va tu madre. Como siempre, estabas mirando sin ver por la ventanilla, perdida en tu propio mundo, soñando despierta. De repente, centrás la vista en el espejo retrovisor y advertís que en él se refleja parte de la nariz, la mejilla y la boca de ella.
Un rayo se abrió paso por el cielo soleado y te dio en el medio de la frente. Descubrís unas finas líneas surcando su boca, también notás unas arruguitas y una cierta flacidez en la mejilla. Recibís un puñetazo en la boca del estómago al darte cuenta que tu mamá envejeció.
En ese preciso instante, tomás conciencia de su mortalidad, te das cuenta con angustia que se está haciendo grande, que no la vas a tener para siempre, y tenés que hacer un gran esfuerzo para no se te escapen unas cuantas lágrimas.