miércoles, 16 de febrero de 2011

Hay personas que no voy a olvidar…

 

“Hay que estar preparados, los abuelos ya están grandes, en cualquier momento los perdemos”, declaró mi vieja hace unos tres o cuatro años y yo estuve de acuerdo. Esta bien que cualquiera concordaría, después de todo en ése momento; el abuelo Ángel tenía 94, la abuela Delia 84, el abuelo Adolfo 84 y la abuela Nilda 81 (los dos primeros son abuelos paternos y los segundos maternos).

Pero aunque racionalmente un@ lo sepa, nadie, absolutamente nadie, está “preparado” para la muerte de un ser querido por más viejo que éste sea. En octubre del 2009 falleció de un infarto a los 96 el abuelo Ángel, en enero; tres meses más tarde, muere la abuela Delia a los 86 de la misma “dolencia”. Mi viejo quedó devastado, en tres meses murieron sus dos padres. Me dolió, obviamente, pero no tanto como me habría dolido si fueran mis otros abuelos.

Sí, debe sonar terrible, pero lo cierto es que siempre estuvimos muchísimo más apegados y en contacto con la familia de mi vieja que con la de mi viejo. Además, los abuelo A nunca fueron muy demostrativos, más la abuela, quien siempre fue más bien fría. Así que en el caso de ellos lo mío fue una mezcla de cariño, nostalgia por recuerdos lindos y lo que escribió J. Donne:

“Ningún hombre es por sí mismo una isla; cada hombre es una porción del continente, una parte de tierra firme; si una parte fuese arrastrada por el mar, Europa perdería tanto como si se tratase de un promontorio o la casa de tus amigos o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, puesto que estoy implicado en la condición humana; por lo tanto nunca busques saber por quien doblan las campanas; están doblando por ti”.

Todo este razonamiento por más real y justo que crea que es, me da culpa. Cuando lo pienso, no puedo evitar sentirme culpable por no haberlos querido más. Y digo cuando lo pienso, porque una forma de defensa que tengo es no pensar mucho en lo que me asusta, acongoja, etc, por lo menos hasta estar preparada, necesito tomarme mi tiempo.

La que peor me hace sentir es la abuela, porque al abuelo lo lloré y viajé para el velorio; pero al de la abuela no fui…y sólo se me cayeron un par de lágrimas cuando recordé que me dio plata para pagar las cuotas atrasadas de Central cuando me quedé sin trabajo. Lo cierto es que me quería, puede que no supiera o quisiera demostrarlo, lamentablemente, un@ no tiende a acercarse a la gente que parece desinteresada.

La otra vez le dije a If: “Me siento culpable, lloré más al perro que a la abuela. De verdad, boluda, ¡no te rías!” Lo cierto es que la quise, lamentablemente no tanto como debería haber sido. Jamás nos dijimos “Te quiero”. Sí le he hecho algún mimo (una o dos veces), pero de forma forzada y sólo porque me daba culpa que me viera besando y abrazando cada dos segundos a la abuela Nilda en las reuniones familiares.

Del abuelo siempre voy a recordar a un tipo tranquilo, callado, alegre, m{as buenos que Lassie; jamás lo vi enojado. En los últimos años de vida volvió al redil y afirmó ser canalla. De la abuela recordaré a una mujer fría y lejana que cuando me veía o escuchaba por teléfono se alegraba y exclamaba: “¡Hooola Eri, que linda que estás!”

¡Qué lo parió! Si al final resulta que pensar en esto me forma un nudo en la garganta…