martes, 17 de febrero de 2009

Fly me to the moon



Te despertaste 6 en punto de la mañana. Cuando viste la hora supiste que a 300 km había alguien que estaba preparándose para ir a tu encuentro. 6.30 no pudiste resistir la tentación de enviarle un mensaje, visto y considerando que no te ibas a poder dormir hasta haberlo hecho. Querías que supiera que estabas ahí.
No veías la hora de estar otra vez frente a frente para decirle en persona todo lo que sentías, lo que significaba para vos. Estiraste al límite su paciencia e hiciste que se esforzara al máximo. Pero al final obtuvo su recompensa cuando, dejando a un lado el pánico, reconociste que estabas total, profunda y locamente enamorada.
Horas más tarde buscaste su figura en cada ventanilla. El reflejo del sol en los vidrios te impidió ver algo. Cuando se abrió la puerta identificaste inmediatamente su cabello oscuro. Un cosquilleo comenzó en tu estómago y se propagó por el resto del cuerpo. ¡Por fin!
Se puso la mochila, bajó las escaleras y fue directo hacia vos. Se fundieron en un abrazo y se dieron un beso en la mejilla. Lo que anhelaban era otra cosa. Un "Te amo" que no llegó a destino se perdió entre la gente.
Se abrazaron y así partieron hacia la parada del colectivo. Una vez en el, las manos se unieron y sólo se soltaron para descender. Llegaron a tu casa. Saludaron. Subieron a tu habitación para dejar su mochila y volver a partir.
La puerta se cerró a sus espaldas. Se encontraron a mitad de camino y se fundieron en un abrazo apretado y un beso interminable. Se apartaron apenas para mirarse a los ojos. El "Te amo" ahora sí llegó a destino. "Era hora que me lo dijeras en persona".
Los labios volvieron a unirse. Las manos recorrieron los cuerpos, los apretaron. Paso a paso te fue llevando contra el ropero y apoyó todo su cuerpo contra el tuyo sin dejar de besarte. Minutos después vos guiaste el suyo contra la puerta. Agarraste sus glúteos y apretaste su pelvis contra la tuya. Las bocas seguían sin darse respiro. "Mejor nos vamos".
El cielo sin nubes; el sol radiante; la brisa fresca que movía sin cesar las hojas de los árboles y los pájaros, que musicalizaron la escena; fueron testigos de sus mimos. Se miraron. Se besaron. Rieron. Discutieron amistosamente. Se abrazaron. Jugaron ajedrez. Te volvió a ganar. Dos juegos. Te quejaste. Te consoló.
Regresaron a tu casa de la mano. Tomaron chocolatada con lemon pie. Subieron a tu habitación. Tu cama soportó el peso de dos cuerpos. Más suspiros, besos y caricias. Los Te amo se mezclaron con los Te extrañé, con los Me gustás mucho y con los Te quiero.
Cenaron fuera. Volvieron mirando el cielo estrellado. El reloj volvió a convertirse en su enemigo. Mañana a esa hora estarían cada uno en su casa a 300 km de distancia. El pesar se respiraba. Su mirada triste te dolía. Te sentiste impotente.
Otra vez en tu habitación la oscuridad arropó a los cuerpos que se reconocieron y se volvieron uno. Más besos, caricias y abrazos invadieron el cuarto. Mucho más tarde, pasaste tu brazo por su cintura y apretaste su cuerpo contra el tuyo. Así durmieron.
A la mañana siguiente hicieron tiempo en un parque cercano a la estación. Apoyaste tu cabeza en su estómago mientras te acariciaba el pelo. Te quedaste dormida unos minutos. Mientras, sus ojos besaron cada milímetro de tu cara.
Como en una imagen repetida pero a la inversa se encontraron despidiéndose en otra estación. Se abrazaron con fuerza. Se dijeron "Te amo". Esperaste a ver su figura a través de la ventanilla y te despediste.
Llegaste a tu casa. Subiste a tu cuarto. Cuando abriste la puerta su perfume te pegó en plena cara. En pleno corazón. ¿Quién diría? Parece que después de todo, el amor sí que tiene que ver con esto.

sábado, 7 de febrero de 2009

¿Qué tiene que ver el amor con esto?



Sonó el celular y una sensación de angustia te invadió el estómago. Ese sonido te anunció que el reloj comenzaba su rápida cuenta regresiva. En unas horas tendrían que separarse. Silenciaste la alarma y te volviste boca arriba.
No te querías ir. Justificaste esas sensaciones diciéndote que se debían a la intensidad de los últimos tres días, no significaban nada más. Te habías acostumbrado. Sí, era eso. No tenías porqué preocuparte.
Le rozaste la mano. Tu dedo meñique buscó el contacto sin dilación, sin dudas, sin temores, él sí sabía lo que quería. Al poquito rato el roce se quedó corto, así que el resto de los dedos siguieron el ejemplo y se agarraron a su mano con fervor. "Tenés que levantarte", te dijo.
Te volviste de costado. Quedaron frente a frente. Sus ojos apresaron los tuyos. Durante los días anteriores, siempre intentaste esquivar su mirada. No podías, no querías leer lo que sus ojos te decían, te gritaban, te rogaban, te susurraban. Las pocas veces que te animaste a enfrentarlos, su mirada te llegó directamente al alma. "Andá a bañarte".
Minutos después tu boca buscó la suya, y la encontró. Un sin fin de besos y suspiros decoraron la habitación. Palabras sin decir colgaron de las paredes. Sentimientos que desbordaban y sentimientos apresados quedaron entre las sábanas. Sus caricias buscaban memorizar cada rasgo, cada resquicio. "Se te va a hacer tarde".
Tiempo después se abrazaron antes de atravesar la puerta. Su mano se apoyó en tu cola. Tus labios rozaron su cuello. Las bocas se encontraron. Los ojos se esquivaron. Era una despedida puertas adentro. Del otro lado estaba el mundo real. La desazón te invadió.
El viaje hacia la estación se hizo veloz y eterno al mismo tiempo. Cada cuadra que pasaba los alejaba un poco más. Cada cuadra que dejaban atrás te dolía un poco más. A mitad de camino te rendiste. Estiraste la mano y tomaste la suya. No la soltaste hasta llegar a destino.
No se dijeron nada importante. Apenas cruzaron miradas. Pero cada vez que podías le apoyabas la mano en la espalda. Necesitabas el contacto, aunque no lo sabías. O no querías saberlo. El reloj seguía corriendo. Cada vez tenían menos tiempo.
"Ya está, tenés que subir". Se abrazaron. Le besaste el cuello con suavidad. Cuando por fin te acomodaste en el asiento buscaste su figura en el andén. No la encontraste. Enojo. Dolor. Entendimiento. "¿¡Te fuiste!?"
Cuando las ruedas comenzaron a moverse la maraña de emociones que te negabas a aceptar se amotinaron. Las ganas de llorar fueron un shock. Todas esas sensaciones fueron una conmoción para tu mente. Pero principalmente, para tu corazón.
La distancia se encargaría de acomodar todo. En un día o dos las cosas volverían a ser como antes. No había nada de qué preocuparse. La causante de esos sentimientos fue la cercanía. Cuando llegaras a casa ibas a poder respirar otra vez con normalidad. Cuando llegaras dejarías de estar desbordado por sentimientos.
Porque después de todo, ¿qué tiene que ver el amor con esto?