miércoles, 14 de enero de 2009

Siniestra impunidad (the end)

Unos años más tarde, ante el estancamiento de la causa, Betty Ehlinger de Sequeira declaró a los medios que unos internos, que habían desparecido unos meses antes que Cecilia, le habían hecho confidencias y denuncias sobre supuestas irregularidades que se registraban en la Colonia y, en base a esos datos, ella había preparado dos gruesas carpetas que pensaba entregar a las autoridades nacionales en el ramo de la salud.
Se volvió a rastrillar Open Door, La Colonia Montes de Oca, sus pabellones, sus altillos y los túneles, todo, menos la ciénaga. En los alrededores de ambas clínicas se hallaron decenas de cadáveres, que según el doctor Florencio Sánchez, eran pacientes que se habían escapado. “En la colonia todos, sin excepción, tienen miedo, un miedo bárbaro, y por eso nadie quiere hablar, los médicos y los empleados temen perder el puesto porque ya inclusive hubo amenazas en ese sentido”. Fue el comentario de una antigua empleada. “Casi todos se guardan algo, porque si lo denuncian o lo comentan podrán tal vez orientar hacia pistas más seguras las pesquisas, pero a la vez, desnudarán graves falencias que venían ocurriendo dentro del establecimiento y que Cecilia hizo constar en actas. Como el altísimo índice de mortandad registrado poco antes de su desaparición, que llegó a casi cuarenta internos en un mes”.
A raíz de ésta y otras declaraciones, siempre anónimas a los diarios, se inició en 1992 una investigación al todavía director de la Colonia Montes de Oca, el Doctor Florencio Sánchez. Lo descubierto espantó al país. Se utilizaban enfermos como conejillos de indias para experimentar nuevas drogas, se realizaban ablaciones ilegales de órganos de los internos para destinarlos al mercado negro de trasplantes y se vendía sangre. El doctor Sánchez fue inculpado y detenido. Murió en la cárcel sin haber revelado ningún dato sobre la desaparición de la médica.
La conexión de este horror con la doctora Giubileo no tardó en instalarse en la opinión pública. Se llenaron hojas y hojas sobre el tema en diarios y revistas. Si en su vida privada no se encontraron motivos para su asesinato, estos debían estar en su vida profesional: Cecilia había descubierto una red de tráfico de órganos y por esa razón, la habían secuestrado y asesinado a sangre fría.
Se inició una causa por una denuncia anónima que afirmaba que en la ciénaga de la colonia se había enterrado a pacientes desaparecidos. Comenzaron las excavaciones y, a pesar de los rumores, el juez Dante Pietrafesa negó que tuvieran relación con el caso Giubileo. Poco después de iniciado el trabajo, el titular de la Corte suprema de la Nación, viajó en helicóptero a Mercedes para pedir que se suspendiera la actividad. Los investigadores volvieron a quedarse sin pistas.


Algunos diarios publicaron que el caso, caratulado Cecilia Giubileo, “Presunta privación ilegal de la libertad”, había prescripto en el año 2000, otros que lo había hecho en el 2001, un medio televisivo entrevistó a una abogada penal, la Doctora María Cecilia xxxxxx, para que aclarara el tema. “En éste caso en particular, al no hallarse el cuerpo no hay delito, por lo tanto el caso no puede prescribir. Incluso la carátula podría ser errónea, ya que la mujer podría estar viva, o haber muerto por un golpe producto de una caída. La prescripción corre a partir del día en que aparece el cadáver, que en caso de asesinato es un máximo de doce años”.
Una inspección oficial de los archivos de los psiquiátricos Open Door y Montes de Oca, reveló que entre 1976 y 1991 habían muerto 1321 pacientes y que otros 1395 estaban desaparecidos.
Pasados veintitrés años la Doctora Cecilia Enriqueta Giubileo continúa desaparecida. Nadie fue inculpado por su presunta muerte y muy pocos se acuerdan ya del caso de la mujer que, poco antes de desaparecer, le confesó a una amiga: “Quiero tener un hijo, formar un hogar…esperar a mi marido cuando llega del trabajo”.

lunes, 12 de enero de 2009

Siniestra impunidad (tercera parte)

En ese momento comenzó la lenta y dificultosa investigación sobre el destino de Cecilia Giubileo, conducida por el Dr. Jorge Galloso, juez penal del Departamento Judicial de Mercedes, quien caratuló la causa como Cecilia Giubileo, Presunta privación ilegal de la libertad.
Los primeros operativos de investigación estuvieron encabezados por el comisario Néstor Lencinas, quien llevó unos diez o doce agentes a la Colonia para que, sumados a los médicos y enfermeros, comenzaran la búsqueda dentro del predio. Iban en grupos de dos o tres personas recorriendo las hectáreas y llamando a la doctora por su nombre. Lo único que quedó sin revisar, por carecer de los fondos necesarios, fue una ciénaga que formaba parte del predio. En el Renault 6 de Giubileo hallaron un atado de cigarrillos debajo del asiento del conductor, sus botas de gomas y su capa, y varias toallas. No había ningún rastro de lucha o de violencia. El tanque de nafta estaba vacío. En Casa Médica, si bien la cama de la habitación fue encontrada sin deshacer, la doctora estuvo en ese lugar, la prueba fueron los zapatos marrones que encontraron allí y que ella llevaba en su bolso. La hoja del cuaderno donde constaba la supuesta salida de la médica fue arrancada.
A medida que pasaban los días el operativo iba aumentando. Jaurías de perros adiestrados rastrearon los rincones, un helicóptero sobrevoló el lugar buscando huellas, la policía y los bomberos se internaron en viejos túneles que desde el siglo pasado comunican por el subsuelo a los pabellones encontrando, en varios de ellos, huesos humanos que aparentemente llevaban varios años en el lugar. Al mes de ocurrida la desaparición, ya eran seiscientos los testigos que habían desfilado ante los investigadores.
La familia Litardo, de Torres, denunció que el día 20 recibieron una llamada telefónica y escucharon una voz de mujer que les advirtió que “no esperaran a la doctora Giubileo porque no iría al consultorio a atender pacientes”. La Brigada de Investigaciones de Mercedes rastreó la llamada y descubrieron que salió del conmutador del Instituto Open Door, la telefonista a cargo fue interrogada, pero a las pocas horas quedó en libertad.
Se hurgó en la vida sentimental de la médica, pero todos los hombres involucrados soportaron la investigación sin que pudiera acusarse a nadie. Varios diarios publicaron en sus páginas que Giubileo no tenía definida su inclinación sexual, incluso nombraron como supuesta amante de la doctora a Graciela. “Si la ven con un hombre, hablan. Si tiene una amiga, hablan. Entonces, ¿una qué tiene que hacer, andar sola?”. Fue la indignada respuesta de la mujer. Un médico de Open Door declaró: “Se pretende adjudicarle a la doctora inclinaciones que ella jamás tuvo o demostró, como si se quisiera justificar su desaparición con ciertas desviaciones”. La policía desechó la hipótesis luego de varias averiguaciones. También surgió la idea de un posible secuestro, pero nadie pidió rescate. Se dijo que se había exiliado a un pueblo limítrofe entre Ecuador y Colombia porque se había convertido en miembro de una secta religiosa, luego se aseguró que practicaba ciencias esotéricas, pero ninguna de estas hipótesis se sostuvo durante mucho tiempo.
Se robaron una libreta, carpetas y una grabación del departamento de Cecilia. Grupos encapuchados golpearon e intentaron secuestrar a varios de sus amigos y colegas de la Colonia, pero nadie fue apresado. Al poco tiempo, la causa pasó a manos del juez Federal de Mercedes, Marcelo Heredia.
El invierno dio paso a la primavera, y esta al verano, sin embargo Cecilia Giubileo seguía sin aparecer. Un rumor que surgió por entonces fue que había sido asesinada por uno de los pacientes, pero la mayoría de los médicos de la colonia rechazaron la idea categóricamente. “Algunos especularon con la idea de que fue asesinada por uno de los internos y su cadáver fue ocultado. Cómo médicos sostenemos que para que un oligofrénico llegue al crimen tiene que tener, imprescindiblemente, un fondo epileptoide, característica esta que no se observa en la Colonia. De haber sido muerta por un interno tendría forzosamente que haber quedado un rastro. Cecilia jamás se separaba de un maletín donde llevaba todos sus documentos; ella desapareció y también desapareció su maletín, que estaba en la habitación de residentes. ¿Nos quieren hacer creer que un oligofrénico la mató en los jardines y después entró a la habitación, robó el maletín y después también lo hizo desaparecer? De ser así detrás del brazo ejecutor tendría que haber un autor intelectual”.
Con el tiempo los investigadores se fueron quedando sin pistas y el caso dejó de ser noticia. Poco a poco el pueblo fue recuperando su rutina habitual, aunque cada tanto, surgía algún rastro que recuperaba el interés de los medios y la gente. La llegada de una parapsicóloga que aseguró poder encontrar a la doctora instaló el caso en la tapas de los diarios otra vez. Pidió una foto y comenzó a recorrer las hectáreas de la clínica. Luego de unas semanas declaró públicamente que Cecilia Giubileo nunca había abandonado la Colonia y que se hallaba en el fondo de la ciénaga. La policía jamás tomó en cuenta los dichos de la mujer.

Continuará...

sábado, 10 de enero de 2009

Siniestra impunidad (segunda parte)

El lunes amaneció con mal tiempo. Carlos Novello estaba en la enfermería buscando un medicamento cuando llegó una enfermera buscando a un médico para el pabellón 11. Carlos le dice que vaya a Casa Médica a buscar a la doctora Giubileo, la enfermera vuelve en pocos segundos diciendo que no hay nadie en las habitaciones.
“Llamá por teléfono preguntando en los otros pabellones, debe estar atendiendo a algún paciente”.
A las ocho de la noche un grupo de enfermeros y médicos ya estaban muy preocupados por la ausencia de la doctora, sobre todo porque su auto seguía estacionado donde ella lo había dejado el día anterior. Carlos decidió terminar con el asunto y sugirió avisarle al director de la Colonia, el doctor Florencio Sánchez. El grupo se dirigió al despacho del director, pero la respuesta del facultativo sorprendió e indignó a todos.
“Ya mismo le inicio un sumario administrativo por abandono de la guardia médica”.
“Pero doctor...”
“¿No sería mejor avisar a la policía?” preguntó Carlos.
“¿A la policía? ¿Para qué? Es evidente que la doctora se fue”.
“Doctor, el auto de la doctora está en la clínica...”
“Eso no tiene nada que ver”.
“Doctor, la doctora Giubileo es muy responsable, jamás abandonaría su guardia” protestó una enfermera con indignación. “Ella…”
“Siempre hay una primera vez. Ahora vuelvan a sus puestos de trabajo” la interrumpió con brusquedad el médico. “Ah, Susana” Sánchez se dirigió a la enfermera. “Llamá a los albañiles que utilizamos siempre y decíles que vengan. Vamos a refaccionar y pintar Casa Médica”.
Al otro día, la señora Betty Ehlinger de Sequeira, una amiga y compañera de trabajo de Giubileo, llega a la Colonia para comenzar su jornada en la guardería donde se atienden y cuidan a los niños de los empleados. Registra su ingreso y cuando está por dirigirse a su pabellón vuelve sobre sus pasos y pregunta por su amiga a un doctor que se hallaba en el lugar, pero el hombre no sabe decirle si está en la Colonia. A las diez de la noche ya estaba bastante extrañada, ¿cómo era posible que no se hubiera cruzado con Cecilia ni siquiera una vez? “El lunes 17 no concurrí al trabajo, porque mi esposo, que se había ido de caza, trajo un jabalí y entonces todos en casa nos dedicamos el lunes a carnear al animal. Pero el martes me llamó mucho la atención no ver a Cecilia e, inclusive, más me extrañó que ninguno de sus colegas pudiera brindarme alguna información sobre su paradero. Nadie sabía explicarse como se había ‘evaporado’, dejando su automóvil, que tanto cuidaba y que con tantos sacrificios compró. Todos estaban preocupados, aparentemente, todos se preguntaban dónde podía estar Cecilia, pero a 48 horas de haber desaparecido, nadie, absolutamente nadie, había formulado la denuncia. El jefe de personal me dijo que iría a buscarla, pero yo por mi cuenta decidí no esperar más y me dirigí al consultorio particular que Cecilia tiene en Torres. Allí no había nadie. Entonces me dirigí al departamento que tiene en Luján, pero allí tampoco había nadie y días después cuando ingresó la policía, lo encontró vacío, sin rastros de Cecilia”.
Betty no se dio por vencida, alguien le sugirió que consultara con la empresa de micros San José, que es la que hace el recorrido entre la clínica y el pueblo. Se pensó que quizás, como el auto había quedado dentro de la clínica, la doctora podía haber tomado el último ómnibus de la noche para dirigirse a Torres y desde allí a Luján. Pero la empresa le informó que el último micro del 16 salió vacío. Ante esto, el miércoles a primera hora hizo la denuncia en la comisaría de Luján, donde quedó asentada como ‘búsqueda de paradero’.

Continuará...

jueves, 8 de enero de 2009

Siniestra impunidad (primera parte)

El domingo 16 de junio de 1985 la temperatura era excesivamente calurosa si se tenía en cuenta que era invierno. Para Cecilia Giubileo era un día prácticamente libre, ya que recién a la noche debía tomar guardia en la Colonia Montes de Oca. Así que se levantó al mediodía, se bañó, se puso un pantalón de gimnasia azul, una remera blanca y zapatillas.Como no le gustaba demasiado cocinar sacó del horno unas porciones frías de pizza que habían quedado de la noche anterior, se sirvió un vaso de agua de la heladera y se sentó a comer. Cuando terminó de almorzar tomó las llaves del auto que estaban sobre la mesa, se colgó el estuche que contenía una raqueta de tenis del hombro y salió del departamento.
A las dos de la tarde tenía que estar en la estación de ómnibus de Luján para recoger a Graciela. Ambas se habían hecho amigas cuando la Doctora estaba trabajando en una clínica de Campana, en seguida descubrieron la pasión mutua que sentían por el tenis y así fue como convinieron en jugar una vez a la semana más allá de los compromisos de ambas. El micro llegó puntual, las mujeres se saludaron afectuosamente y, charlando, caminaron hacia el auto de la doctora, que las esperaba para llevarlas al club El Timón de Jáuregui, otra localidad cercana a Luján, del que ambas eran socias. Pasaron varias horas jugando y poniéndose al día sobre las novedades que podrían tener tras una semana sin verse.
Cuando terminaron de jugar se ducharon y cambiaron de ropa en los vestuarios del club y regresaron al departamento de Cecilia para que ésta dejara la raqueta y tomara el bolso con el que luego iría a trabajar. Giubileo vestía ahora un jogging azul, con vivos claros, campera celeste y zapatillas blancas. Desde allí se dirigieron a una estación de servicio para cargar nafta y luego pararon en un quiosco, donde la médica compró un atado de cigarrillos Marlboro para, finalmente, llevar a Graciela a la estación de ómnibus.
A pesar que aún era temprano para tomar su guardia nocturna, recorrió los 20 kilómetros que la separaban de Torres y fue a casa de los Ávila, una familia con la que trabó amistad a su llegada a ese pueblo. Tan amigos se hicieron que no sólo había sido elegida madrina de una de las hijas del matrimonio, sino que además le pusieron su nombre a la niña de 7 años.
"No llevo a Cecilia conmigo porque creo que esta noche estoy sola en la guardia, pero mañana la paso a buscar para llevarla al cumpleaños de Lenina" dijo la doctora antes de irse, refiriéndose a una amiguita de su ahijada.
"No te hagas problema, Ceci. De todas formas hoy tiene que hacer un montón de tarea para la escuela".
El clima había cambiado repentinamente, en ese momento era frío y húmedo, al atardecer había bajado una neblina extraña. A las 21.48 la doctora Giubileo registró su ingreso a la Colonia Montes de Oca. De inmediato, sin tomar contacto con otras dependencias del instituto, atendió a un paciente de apellido Frasia, que tenía bronquitis y fiebre alta, en la enfermería. Después cumplió con el papeleo de unos familiares que fueron a llevarse el cuerpo de una interna que había fallecido a la tarde.
"Empezó movidita la noche, ¿no doctora?" comentó Carlos Novello, uno de los dos enfermeros que estaba allí.
"Así parece, esperemos que sea un amague, nomás. ¿Por casualidad no tendrán un par de cigarrillos? Me compré un atado antes de venir para acá y no lo encuentro, ¡espero que hayan quedado en el auto!"
"Si tome" respondió el otro enfermero alcanzándole un atado del que la doctora sacó tres cigarrillos.
"¡Gracias, me salvaste la vida!" Exclamó la doctora guiñándole el ojo. "Bueno, ahora me voy a Casa Médica a estudiar".
"Vaya doctora, cualquier cosa le avisamos".
Casa Médica era la denominación del pabellón en el que se alojan los médicos residentes, el mismo se hallaba separado de la enfermería por un pasillo de quince metros, que dividía las dos habitaciones que estaban destinadas a los médicos, si uno continuaba caminando por él llegaba al comedor, único lugar por el cual se podía acceder al baño. La mujer atravesó el pasillo y entró en la habitación de la derecha. Cada habitación tenía dos camas de una plaza ubicadas a la izquierda de la puerta, entre ambas había una mesita de luz, con un velador. Cecilia dejó el bolso y el maletín del que nunca se separaba arriba de la primera cama, pero no tuvo tiempo de hacer nada más, porque justo en ese instante golpearon la puerta. Era un paciente que venía a buscarla porque se había producido una emergencia en el pabellón 7, que estaba a unos quinientos metros de la Casa Médica. El citado pabellón le había pedido al 8, que estaba cerca, un paciente “lúcido” para que busque rápidamente a un médico, ya que los teléfonos internos del pabellón 7 no funcionaban desde hacía varios meses.
"Bueno, vamos a ver que pasa. ¿Cómo te llamás?"
"Miguel. Miguel Cano, doctora".
"¿Vas a ser mi guardaespaldas, Miguel?" bromeó la doctora.
El paciente regresa a su pabellón y pide permiso para acompañar a la doctora hasta la Casa Médica, cuando ésta finalice su tarea. Miguel es autorizado, ya que los médicos por razones de seguridad, no andaban a esas horas por afuera a pesar que los senderos estaban bien iluminados, con luces de mercurio.
En la enfermería Carlos ve como la doctora le regala tres cigarrillos al paciente, cuando éste se va le pregunta: "¿Cómo, no te ibas a estudiar?"
"Así lo había pensado, pero me llamaron del pabellón 7. Atendí una urticaria gigante" le contestó Cecilia mientras cruzaba la enfermería hacia Casa Médica.
Esa fue la última vez que alguien vio o habló con la doctora Cecilia Giubileo.


Continuará...

lunes, 5 de enero de 2009

Siniestra impunidad (introducción)

Bueno, resulta que tengo varias cosas que me gustaría escribir acá, pero estoy con fiaca o falta de creatividad o vaya a saber qué. Así que decidí, para no abandonar el blog, ir posteando en 2 o 3 veces un trabajo de "investigación periodística" en formato de crónica novelada (ufff!) que tuve que hacer para 1º año sobre un tema real que me interesara.
Todos los datos son ciertos y extraídos de diarios (Clarín, La Nación o sus suplementos), los aportes legales los hizo mi profesora de derecho, pero en el traspaso de la información pude haber metido la pata, que conste. Me tomé algunas licencias literarias, pero nada que afecte el caso en sí, sólo para llenar huecos en la narración.
Los argentinos, más si son "viejitos" como yo, recordarán este caso, el resto lo descubrirá ahora, eso si no se aburren antes y dejan de leer. Debo admitir que cuando ocurrió el suceso la niña de 8 años que fui quedó atrapada por todo lo que se dijo, es más, puede que fuera en ese preciso momento en que me enamoré de los policiales. También viene unido a este caso el recuerdo del periodista José de Zer y sus jadeos al decirle al camarógrafo: "Seguíme, Chango, seguíme".
Bueno, basta de cháchara, vamos a los bifes...


A comienzos del siglo XX, un precursor de la psiquiatría argentina, el doctor Domingo Cabred, fundó un asilo para albergar y curar enfermos mentales pobres. El manicomio, cuyo nombre oficial era Instituto Neuropsiquiátrico Dr. Domingo Cabred, fue concebido como un asilo abierto en el que la paz de la naturaleza atenuara el dolor. El predio era conocido como Colonia Open Door y ocupaba 600 hectáreas en las cercanías de un pueblo llamado Torres, en cuyas tierras se hospedaba otra clínica: La Colonia Nacional "Dr. Manuel A. Montes de Oca".
Dicha Colonia es el hogar de más de 1400 enfermos mentales y oligofrénicos* de ambos sexos. La clínica, construida en un predio de más de 270 hectáreas con zonas profusamente arboladas, está situada sobre la ruta 192, en el partido de Luján. Las personas que no eran de la zona muchas veces creían que las clínicas eran en realidad una sola y, para referirse a alguna de ellas, usaban indiscriminadamente Open Door o Colonia Montes de Oca.
Torres queda a unos 20 kilómetros de la ciudad de Luján, es un típico y apacible pueblo de la llanura levantado en torno a una vieja estación de ferrocarril, esta rodeado por estancias y haras donde se crían los mejores caballos argentinos de polo que son reconocidos en el mundo. Tiempo atrás, había sido un parador en el que se detenían algunos trenes para cargar y descargar tarros de leche y correspondencia. En 1985 tenía 1500 habitantes, varios de los cuales prestaban servicio en la clínica de la localidad Domingo Cabred y en la Montes de Oca. Pero entre todos los habitantes de Torres hubo uno, en realidad una, que destacó.
Era una mujer de 39 años, delgada – pesaba 51 kilos -, de boca sensual, risa luminosa y mirada intensa, que había teñido de rubio su pelo oscuro. Nació en Córdoba en el 28 de octubre de 1946 y estudió medicina en la Universidad Nacional de Córdoba en los conflictivos años 60. Militó en la izquierda y participó en huelgas y manifestaciones. En una de ellas, conoció a un joven del que se enamoró. Se casó con Pablo Chabrol y se fueron a vivir a España. Allí trató de revalidar sus estudios, pero el intento duró lo mismo que su matrimonio... menos de un año. Volvió al país ya separada y se concentró en la facultad. En 1970 se recibió y se trasladó a Campana, donde se desempeñó en un dispensario metalúrgico. Dos años más tarde se mudó a Torres donde instaló una clínica, en la calle Calderón de la Barca 770. El consultorio era en realidad una habitación que formaba parte de una finca centenaria propiedad de la señora Inés Montoya. “No firmamos ningún tipo de contrato porque no es mi costumbre. Sólo le dije que esperaba que no viniera con gente extraña, porque yo vivo aquí con mi madre que es muy anciana. Ella sonrió, y puedo asegurar que su conducta fue siempre ejemplar”.
Los lugareños se preguntaron en varias oportunidades qué había llevado a una médica recientemente recibida a instalarse en ese pueblo desconocido. “La doctora era muy cariñosa y dicharachera, aunque reservada”, fue el comentario de todo aquel que la conoció. También era bondadosa, en varias oportunidades compró remedios que eran muy caros para sus pacientes y se los regaló, además no siempre cobraba las consultas. Era una mujer sencilla que por lo general vestía ropa sport, preferentemente usaba pantalones y le gustaba practicar deportes. Una vez a la semana se juntaba con Graciela, una amiga que tenía en la ciudad de Campana, para jugar al tenis; además estudiaba canto, participaba en un coro y tomaba clases de kárate en el Polideportivo de Luján, ciudad a la que mudó su residencia.
Compró un departamento en la calle Humberto I, una construcción tipo monoblock de planta baja y dos pisos, con escaleras y cocheras a un costado. En 1977 comenzó a prestar servicio en Open Door y en la Colonia Montes de Oca. Con el ingreso que le reportaron sus trabajos logró, con un gran sacrificio, cambiar su viejo Citroen por un Renault 6 blanco al que cuidaba casi exageradamente.
A Torres la seguía ligando el trabajo en los institutos y la clínica en la casa de la señora Montoya, cuya placa en la pared rezaba su nombre y su especialidad: “Cecilia E. Giubileo Clínica Médica”.

Continuará...



* Oligofrenia: es la deficiencia mental congénita, caracterizada por alteración del sistema nervioso, deficiencias intelectuales y perturbaciones afectivas. El Síndrome de la Oligofrénico es la detención del desarrollo psíquico, congénito o adquirido en los primeros años de vida.