sábado, 7 de febrero de 2009

¿Qué tiene que ver el amor con esto?



Sonó el celular y una sensación de angustia te invadió el estómago. Ese sonido te anunció que el reloj comenzaba su rápida cuenta regresiva. En unas horas tendrían que separarse. Silenciaste la alarma y te volviste boca arriba.
No te querías ir. Justificaste esas sensaciones diciéndote que se debían a la intensidad de los últimos tres días, no significaban nada más. Te habías acostumbrado. Sí, era eso. No tenías porqué preocuparte.
Le rozaste la mano. Tu dedo meñique buscó el contacto sin dilación, sin dudas, sin temores, él sí sabía lo que quería. Al poquito rato el roce se quedó corto, así que el resto de los dedos siguieron el ejemplo y se agarraron a su mano con fervor. "Tenés que levantarte", te dijo.
Te volviste de costado. Quedaron frente a frente. Sus ojos apresaron los tuyos. Durante los días anteriores, siempre intentaste esquivar su mirada. No podías, no querías leer lo que sus ojos te decían, te gritaban, te rogaban, te susurraban. Las pocas veces que te animaste a enfrentarlos, su mirada te llegó directamente al alma. "Andá a bañarte".
Minutos después tu boca buscó la suya, y la encontró. Un sin fin de besos y suspiros decoraron la habitación. Palabras sin decir colgaron de las paredes. Sentimientos que desbordaban y sentimientos apresados quedaron entre las sábanas. Sus caricias buscaban memorizar cada rasgo, cada resquicio. "Se te va a hacer tarde".
Tiempo después se abrazaron antes de atravesar la puerta. Su mano se apoyó en tu cola. Tus labios rozaron su cuello. Las bocas se encontraron. Los ojos se esquivaron. Era una despedida puertas adentro. Del otro lado estaba el mundo real. La desazón te invadió.
El viaje hacia la estación se hizo veloz y eterno al mismo tiempo. Cada cuadra que pasaba los alejaba un poco más. Cada cuadra que dejaban atrás te dolía un poco más. A mitad de camino te rendiste. Estiraste la mano y tomaste la suya. No la soltaste hasta llegar a destino.
No se dijeron nada importante. Apenas cruzaron miradas. Pero cada vez que podías le apoyabas la mano en la espalda. Necesitabas el contacto, aunque no lo sabías. O no querías saberlo. El reloj seguía corriendo. Cada vez tenían menos tiempo.
"Ya está, tenés que subir". Se abrazaron. Le besaste el cuello con suavidad. Cuando por fin te acomodaste en el asiento buscaste su figura en el andén. No la encontraste. Enojo. Dolor. Entendimiento. "¿¡Te fuiste!?"
Cuando las ruedas comenzaron a moverse la maraña de emociones que te negabas a aceptar se amotinaron. Las ganas de llorar fueron un shock. Todas esas sensaciones fueron una conmoción para tu mente. Pero principalmente, para tu corazón.
La distancia se encargaría de acomodar todo. En un día o dos las cosas volverían a ser como antes. No había nada de qué preocuparse. La causante de esos sentimientos fue la cercanía. Cuando llegaras a casa ibas a poder respirar otra vez con normalidad. Cuando llegaras dejarías de estar desbordado por sentimientos.
Porque después de todo, ¿qué tiene que ver el amor con esto?

4 comentarios:

Paco Bailac dijo...

Llegué para dejarle un saludo.

pacobailacoach.blogspot.com

Erica dijo...

Muchas gracias, saludo recibido.

Acuarius dijo...

A saber xD

Erica dijo...

Así es :D